Joyería ayacuchana lucha por preservar su identidad artesanal

Joyería ayacuchana lucha por preservar su identidad artesanal


En Ayacucho, cuna de una de las tradiciones artesanales más ricas del país, la joyería mantiene viva su historia a través del arte de la filigrana. Nadia López, gestora cultural especializada en este rubro, advierte que el sector atraviesa una situación crítica debido a la migración de maestros joyeros, la falta de apoyo estatal y la competencia desigual con productos industriales importados, principalmente de origen chino.

López destaca el valor de las piezas únicas trabajadas a mano, herencia de generaciones de familias joyeras como los Del Pino y los Yupanqui.

“Una pieza única es aquella que no tiene réplica, diseñada muchas veces por el propio cliente y elaborada artesanalmente. Eso es lo que valoran los ayacuchanos, sobre todo nuestras madres y abuelos”, comenta.

Actualmente, su taller y tienda se ubican en el jirón Tres Máscaras 476, frente al Coliseo Bosco. Gracias a un fondo concursable del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), pudo equipar su espacio y formar jóvenes en técnicas tradicionales como la filigrana. De 15 aprendices, cinco se han incorporado activamente a su equipo.

“Nos preocupa que la técnica se pierda. Por eso formamos nuevos talentos en convenio con el CITE Ayacucho”, explica.

López señala que la materia prima —plata ley 999 para la filigrana y 950 para estructuras— es adquirida legalmente en Lima. En el caso del oro, también se utiliza oro 18 quilates, el mínimo legal, aunque existe producción con oro 21 y 24 quilates para trabajos más elaborados.

La tradición joyera de Ayacucho tiene raíces profundas.

“En la época colonial, por la gran cantidad de iglesias, se requería orfebrería para las imágenes religiosas. Aquí estaban los principales talleres. Sin embargo, la crisis política de los años 80 y 90 provocó una gran migración de artesanos hacia ciudades como Huancayo, donde hoy San Jerónimo se ha convertido en un centro de producción en gran escala”, lamenta.

A diferencia de otras regiones que han logrado modernizar sus talleres, en Ayacucho la mayoría de joyeros sigue trabajando de forma artesanal, con recursos limitados. López considera urgente que las autoridades impulsen políticas que promuevan el desarrollo de esta industria.

“Tenemos casonas bellísimas que podrían convertirse en galerías para exhibir nuestras artesanías, en lugar de estar ocupadas por oficinas o instituciones. La artesanía es arte y necesita espacios dignos”, reclama.

El contexto económico actual, según indica, también ha afectado gravemente al sector.

“La joyería no es vista como una necesidad básica. Por eso promovemos piezas utilitarias: cucharillas, cubiertos, adornos funcionales que conserven el arte y la tradición”.

López invita a los ciudadanos a reflexionar sobre el impacto de sus decisiones de compra.

“Si movemos la economía desde nuestra región, el desarrollo será para todos. Un puesto artesanal genera empleo y contribuye a la identidad cultural de Ayacucho”, afirma.

En su opinión, la artesanía es la principal industria cultural de la región.

“Ayacucho trabaja 16 de las 18 líneas artesanales reconocidas. Sin embargo, el centro de Huamanga está saturado de negocios ajenos a nuestra identidad. Faltan espacios para mostrar lo que producimos con calidad y cariño”.

Con iniciativas como la suya, y el compromiso de jóvenes artesanos, Nadia López espera que Ayacucho no solo conserve su legado, sino que lo convierta en motor de desarrollo.

“Innovación y tradición no se oponen. Podemos adaptarnos al mercado sin perder lo que somos. Pero necesitamos respaldo. La artesanía no puede seguir en el olvido”.

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