Ana, madre de dos niños pequeños que vive en un distrito popular de Lima, recuerda cómo durante la pandemia se sintió desbordada: “Me pasaba días sin poder dormir porque nunca sabía si lo que hacía como mamá era suficiente, si mis hijos estaban bien”. Después de una conversación con una vecina, buscó ayuda virtual en un programa local y descubrió que muchas otras madres compartían esa angustia.
Este relato refleja una realidad creciente en el Perú: más de medio millón de niñas, niños y adolescentes han sido atendidos por trastornos de salud mental y problemas psicosociales solo entre enero y octubre de 2023, en establecimientos del Ministerio de Salud (Minsa).
El siguiente reportaje indaga cómo este problema impacta ya en los más pequeños —en la primera infancia—, la insuficiente atención que reciben sus cuidadores, y cómo fortalecer la salud mental familiar podría cambiar el curso de vida de estos niños y niñas.
Lo que dicen los datos
El programa “Mi Salud Mental Importa” de la PUCP identificó que los trastornos de salud mental en niños, niñas y adolescentes se incrementaron tras la pandemia, sobre todo por la dificultad de detección temprana.
Otra iniciativa importante es SAME, de la Fundación Baltazar y Nicolás: brinda sesiones psico-educativas virtuales gratuitas a madres, padres y cuidadores de niñas y niños menores de 6 años, para manejar el estrés, la ansiedad y las demandas emocionales que trae la crianza.
Además, la Encuesta de UNICEF‑Minsa estimó que aproximadamente 3 de cada 10 menores presentan algún riesgo mental. En Lima, esa proporción podría llegar a 4 de cada 10.
Estos datos muestran que los problemas no solo se manifiestan en etapas escolares, sino que afectan también a niños muy pequeños, y que los cuidadores están también en situación de vulnerabilidad emocional.
Un caso concreto: SAME en Acción
El programa SAME ha sido implementado desde 2021 y ha tenido varias ediciones. Registró participación de cuidadores de Piura, Lima y Callao; en 2022, se atendieron 320 cuidadores, en 2023 unos 254, y la proyección es seguir ampliando esta cobertura.
Este apoyo permitía a Ana (el ejemplo ficticio, pero representativo de muchas participantes) y otros padres:
- Identificar señales tempranas de estrés y ansiedad propios y de sus hijos.
- Aprender estrategias concretas de autocuidado, de manejo de emociones y de cuidado diario.
- Sentirse acompañados, romper con el aislamiento y el sentimiento de culpa que muchas veces acompaña la crianza.
Obstáculos persistentes
A pesar de programas como SAME, persisten barreras:
- No todos los distritos o comunidades tienen fácil acceso a internet u opciones virtuales.
- Muchas familias no conocen estos programas o no confían en buscarlos por estigma.
- La oferta presencial en salud mental especializada para la primera infancia es limitada.
- Los padres con problemas psicológicos propios muchas veces no reciben el apoyo que necesitan, lo que limita su capacidad para cuidar emocionalmente a sus hijos.
Voces profesionales: padres como protagonistas, pero también como quienes necesitan apoyo
La Dra. July Caballero, psiquiatra y directora ejecutiva de Salud Mental del Minsa, ha señalado en entrevistas que:
“En los niños muy pequeños suele haber una relación muy cercana con el estado emocional de los padres. Entonces, hay necesidad de trabajar con los niños y los padres, y tener como aliados a los docentes.”
Esto implica que los problemas de salud mental en la primera infancia no se pueden abordar solo actuando sobre los menores: los cuidadores son primeros actores del desarrollo emocional de los niños y niñas, pero también sujetas de derechos a ser atendidos, escuchados y apoyados.
Otra intervención del Minsa: una capacitación dirigida a más de 100 psicólogos del primer nivel de atención para trabajar con gestantes y madres de niños menores de 5 años en temas de salud mental, detección temprana, herramientas de afrontamiento, etc.
¿Qué se puede hacer?
Mientras los niños y las niñas se encuentran en esos primeros años tan críticos donde cada experiencia importa, sus cuidadores muchas veces cargan consigo heridas invisibles, miedos, ansiedad, una soledad que no se comparte. Si ellos no están bien, su voz tiembla, el ambiente se vuelve inestable, la crianza se convierte en una labor en solitario.
Pero el Perú tiene razones para la esperanza: programas como SAME, las acciones intersectoriales que unen salud, educación y servicios sociales, las capacitaciones dirigidas a padres y madres, son pasos valiosos. Lo que falta es escalar esas intervenciones, asegurar que lleguen a zonas alejadas, que cada cuidador sepa que no está solo, que pedir ayuda es un acto de fuerza y cuidado.
Porque cuidar de la salud mental de los más pequeños implica cuidar primero de quienes los aman y los crían. Si queremos infancias fuertes, debemos empezar por apoyar a los padres, que son sus primeras ventanas al mundo.
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