En el aniversario de su natalicio, Ayacucho recuerda a Joaquín López Antay, uno de los más grandes artesanos del Perú, cuya obra transformó para siempre el rumbo del arte popular andino. Su vida y trabajo no solo dejaron piezas en todo el mundo, sino que también abrieron un camino para la tradición ayacuchana.
Nacido en Huamanga, López Antay creció en un entorno donde la creatividad se alimentaba. A los 12 años, su abuela Manuela Momediano le enseñóa modelar en barro, inspirándose en los santos que veía en las iglesias de Ayacucho. Aquellos primeros ensayos serían el inicio de una carrera marcada por la paciencia, la minuciosidad y la búsqueda constante de perfección.
El maestro tomó el tradicional cajón de San Marcos y lo transformó en el retablo ayacuchano, incorporando escenas de la vida cotidiana, la cosmovisión andina y las celebraciones populares. Esta innovación fue más que un cambio estético: significó la unión entre lo sagrado y lo cotidiano, entre la tradición heredada y la creatividad personal.
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Para Patricia Mendoza, bisnieta del maestro, su legado es doble: “Por un lado, el tema de la innovación para la época que hace que transforme el cajón de San Marcos en retablo ayacuchano, en un contexto donde vienen a visitar intelectuales del movimiento indigenista que lo inspiran a hacer la innovación. Y por otro lado, para mí es una expresión de una resistencia cultural, es una expresión de una persona quechua hablante que no había ido a Bellas Artes y que logra poner el mismo valor cultural del arte popular con el arte académico”.
En 1975, el país reconoció oficialmente esa contribución al otorgarle el Premio Nacional de Cultura en el Arte, convirtiéndolo en el primer ayacuchano y el primer artesano popular en recibirlo. Un hito que marcó la historia cultural del país. “Es como si alguien hubiera abierto la puerta para que todos los grandes maestros pudieran ser reconocidos y visibilizados”, comenta Mendoza.
Su compromiso con el arte fue absoluto. Incluso en los últimos años de su vida, cuando enfrentaba el cáncer, su pensamiento seguía en los retablos. “Mañana voy a hacer retablos”, repetía, demostrando que su vocación era inseparable de su vida.
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El reconocimiento continuó después de su muerte. En 2016, el Ministerio de Cultura declaró la obra de Joaquín López Antay como Patrimonio Cultural de la Nación, y en 2019 hizo lo mismo con el retablo ayacuchano como manifestación artística. Estos reconocimientos consolidan su figura como símbolo de identidad y creatividad para Ayacucho y para todo el Perú.
Hoy, su legado se preserva en la Casa Museo Joaquín López Antay, ubicada en el Jr. Cusco 424, a pocas cuadras de la Plaza de Armas de Ayacucho. Allí, los visitantes pueden recorrer las salas que guardan sus piezas originales y conocer el proceso histórico y social que acompañó la evolución del retablo. “Es como entrar en un retablo ayacuchano”, describe Mendoza, invitando a las familias a visitar el museo y a participar en talleres que mantienen viva la tradición.
En cada pequeño personaje de un retablo, en cada color vibrante y en cada historia que encierran sus cajones, se encuentra el espíritu de un hombre que supo mirar el mundo desde su tierra, pero con la ambición de que su arte trascendiera fronteras. Joaquín López Antay no solo es un nombre en la historia del arte peruano: es la prueba de que la tradición y la innovación pueden convivir, y de que el arte popular tiene la fuerza suficiente para representar la identidad de todo un país.
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